La fotografía Macro es un género agradecido. Las imágenes no suelen tener termino medio. O son malas de solemnidad o bastante espectaculares. Como en la fotografía submarina, se retratan mundos ocultos que no están disponibles a la vuelta de la esquina y, por eso mismo, con un poco de cariño se transforman en fascinantes.
Entrar en ese mundo desde que disponemos de la fotografía digital, con su enorme rango dinámico y la capacidad de ver lo que estás haciendo casi al instante, te permite explorar un mundo nuevo. Las escenas que captamos mudan ante nuestros ojos. Algunas de ellas se suben a un tren llamado fantasía.
Ahora viene lo malo: Sigues necesitando contar historias. Precisas que esa imagen impacte emocionalmente en la mente del observador. Que le incite a explorar caminos ocultos dentro de sí mismo. Que le susurre ecos.
Y no es lo único malo. Lo fácil es perderse en ese laberinto de texturas, matices y fantasía de colores.
A mí me pasa constantemente. Puede llegar a convertirse en un caos.
Lo que he aprendido es que debo ir con mucha calma con este tipo de fotografía. Me cuesta discriminar. Soy mucho más capaz de ejercer un criterio ecuánime con otros géneros. El retrato o el paisaje por poner un par de ejemplos. Así que suelo dejar aparcadas las fotos de macro unos días y se las paso a algunos buenos amigos para que se adentren en la selva donde yo me pierdo. Confío en ellos por su sinceridad pero también, y mucho más importante, por su ojo crítico.
Una vez que han iluminado esas tinieblas, la realidad regresa de forma brusca (y a veces dolorosa). Las vuelvo a contemplar con el punto de vista de mis amigos y veo todos esos detalles que antes no percibía.
A veces la composición no es la correcta. Otras los colores no están bien balanceados. En la mayoría, la luz es un asco (y debo Volver a empezar).
La mayor tortura es el foco. No solo en conseguir el foco correcto para el punto principal de la fotografía, sino seleccionar (pensar antes de hacerla) como quieres que salga el resto de la imagen. Poder escoger la cantidad exacta de desenfoque que deseas en cada parte concreta de la imagen, se convierte en el perfecto aderezo (secreto, aunque está a la vista). Solo ese pequeño detalle, me ha arruinado bastantes fotos. Puedes pasar de una foto insulsa a una espectacular.
Me salva que soy bastante obsesivo – compulsivo y me dedico a hacer la misma foto, cambiando parametros para tener ficheros diferentes (gigas y gigas de espacio). Otro problema añadido a la fotografía macro es que no sueles tener segundas oportunidades. Como la hora azul en el paisaje, la fotografía se desvanece frente a ti en minutos. La luz transforma lo que tienes en tu sensor sin apenas darte cuenta. Nadie te garantiza que mañana vuelvas a tener otra oportunidad. Las condiciones meteorológicas viven para destrozar tus expectativas.
Vale, creo que ya me he quejado bastante. Como dije al principio también es un tipo de fotografía muy atractiva. Voy a añadir que también es sensual y que explora partes de mí mismo de los que no soy consciente. Puedo perder el sentido del tiempo cuando observo algunos macros de alguno de mis autores preferidos.
Uno de esos milagros que siguen ocurriendo después de tantos años.