Los caminos son también promesas de futuro. Destilan aromas que sugieren la emoción de lo inesperado. Brindan la oportunidad de sorprender nuestros sentidos. A una buena parte de la humanidad le encanta sumergirse en esa vorágine de salir a descubrir que hay más allá de esa colina, de ese árbol, de ese recodo. Sentimos un impulso innato por lanzarnos en pos de las posibles aventuras, una intensa promesa que se viste con trajes sofisticados llenos de lazos, tirabuzones y tejidos suaves y brillantes.
Esas promesas no siempre son maravillosas, puede que alguna vez, recorrer esa senda sea doloroso. Puede que descubramos que no nos gusta o experimentemos un rechazo frontal. Quizá las cosas transcurran bien y en algún momento se tuerzan. Explorar tiene algo de inconsciente y de ingrato.
El magnetismo que desprende esa promesa nos puede y estamos dispuestos a sacrificar mucho de nosotros mismos. ¿Cuántos han perdido la vida en esa senda por la que se lanzan? El tema es sopesar si en la balanza de los pros y de los contras, intuir la dirección hacia la que se decanta el resultado. O lo que es lo mismo, saber si los sacrificios que estamos dispuestos a asumir serán compensados por lo que ese camino nos aporte.
No estoy hablando de nada material. Solo riqueza intelectual y emocional. Recuerdos que nos poseerán por el resto de nuestra vida. Cosas intangibles que aportaran sutiles beneficios y que se extenderán más allá de la evocación de lugares y momentos.
Cuando veo carreteras como esta, siempre quiero avanzar. Alcanzar lugares inexplorados, encontrar lugares mágicos, lugares tan sorprendentes que no quiera regresar y en esos momentos me doy cuenta de que no me hace falta. Solo necesito una colina que se interponga, un árbol más que esconda lo que viene a continuación, un recodo más que oculte otra colina u otro árbol. No me hace falta porque en realidad la magia está en mí, la fascinación y la satisfacción viajan conmigo y son parte inherente de mi alma. Viajar ayuda, pero no es necesario. Basta con cerrar los ojos y dejarse llevar por la imaginación.
Y sí, un último detalle importante, un buen libro ayuda para abrir la mente y llegar a lugares inalcanzables a simple vista. Ignotos, recónditos, con olores que nos recuerdan esos momentos gloriosos de nuestra infancia. Solo tenemos que extender nuestra mano, nuestros dedos, pero no de forma lánguida, casi dormidos, sino decididos y tocar ese dedo divino para viajar más allá de las estrellas.
Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Septiembre 2023