La humanidad siempre acaba sorprendiéndome. Siempre, para lo bueno y también para lo malo. No vamos a hablar de esto último. No vale la pena gastar energías en quejarse.
Volví a pasar por delante de Antoni Gaudí y si la primera me hizo gracia el par de turistas que descansaban, consultaban la ruta sentados junto a tan insigne arquitecto, la segunda me pasmo la sonrisa de la ciclista que se inmortalizaba junto a él.
Para nada cohibida, exultante, con la bici invadiendo el espacio vital de Gaudí y este entre absorto y distraido me dedique a fotografiar la escena que tenía un no sé qué de esos momentos álgidos que se evaporan en cuanto te das la vuelta.
Y allí se quedaron ellas y él. Compartiendo secretos y esperanzas.
Y allí se quedaron las bicis, mudos testigos del camino recorrido. Susurrando lo que aún les faltaba por conocer.
Y en el ambiente flotó la fragancia de esos momentos mágicos. Un palpito que acaricia tu corazón y sin saber porque sonríes de una felicidad que no logras recordar pero que inunda cada fibra de tu ser.
Ⓒ Ricardo de la Casa Pérez – Agosto 2023
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